Introducción
Antes de entrar
en materia es necesario realizar algunas consideraciones. En primer lugar hay
que destacar lo que hasta ahora ha venido siendo norma general de la
historiografía medieval española: los mundos hispanocristiano e hispanomusulmán
se han estudiado por separado. Esto ha dado lugar, a mi entender, a que no se
tenga establecida una realidad global sobre la Edad Media hispana.
Nunca podremos llegar a comprender lo que somos en la
actualidad sino partimos de la base de que nuestros orígenes son una amalgama
de distintas realidades: la cristiana, la musulmana, y habría que añadir la
judaica. La existencia de dos culturas dominantes, con sus diferencias, pero
también con sus mutuos préstamos, fueron la causa de una realidad social
original, especial si la ponemos en relación con otras sociedades medievales.
Insisto en que no somos herederos de una Hispania cristiana solamente, sino que
somos el resultado de un pasado mixto, conformador de una Edad Media hispana de
la que habría ir eliminando el calificativo de cristiana o musulmana.
Ambos mundos no fueron tan distintos como puede llegar a
pensarse, eran más los puntos de coincidencia que los diferenciadores, sobre
todo con el transcurrir del tiempo, cuando los traspasos e inter-influencias,
de una y otra cultura, se sustentaron más sólidamente.
Si hay pocos estudios comparativos entre las sociedades
cristiana y musulmana; aún más escasos son los realizados sobre la situación de
la mujer. De hecho, que yo conozca el único estudio comparativo, anterior al
que yo mismo realicé en 2006[1], lo realizó Claudio
Sánchez Albornoz.[2]
La poca viabilidad actual de los planteamientos y conclusiones a las que llegó el
insigne historiador que, bajo mi punto de vista, falseó y tergiversó la realidad
histórica para hacer prevalecer sus particulares ideas -muy influidas por su
profundo catolicismo y acervado españolismo-, hacen que sea necesario retomar
estos estudios comparativos con el fin de obtener una imagen más cercana a la
realidad de la mujer hispanomedieval.
El
estudio de la situación de la mujer en la Edad Media se complica por la poca
presencia que tiene el sexo femenino en las fuentes – recordemos que la
Historia generalmente ha sido escrita por hombres y para hombres-, y los no
demasiados estudios que existen al respecto, aunque en los últimos tiempos esta
situación este mejorando.
La visión de la mujer
No
cabe duda que la visión sobre las mujeres que tenían los mundos cristianos e
islámicos, se veía fuertemente influenciada por la tradición judaica y el
pensamiento griego. La idea de que la mujer es un ser inferior se establece
desde los orígenes de la religión judaica. Este pensamiento discriminador se trasladaría
posteriormente a los dos credos religiosos que provienen de ella: el
cristianismo y el islamismo. La Biblia ya marca como, desde los orígenes de la
humanidad, la mujer es culpable de todos los males. Eva es la que incita a
pecar a Adán, es por tanto la primigenia culpable de la expulsión de ambos del
Paraíso. También la muestra como un ser inferior, ya que no fue creada de la
nada como el hombre, sino a través de una costilla de Adán, lo que viene a
representar la sumisión de la mujer con respecto al varón desde el mismo
momento de su creación. No se queda aquí la imagen que nos ofrece sobre la
mujer el Antiguo Testamento, ésta es considerada un ser maligno.
«
He hallado que la mujer es más amarga que
la muerte porque ella es como una red, su corazón como un lazo, y sus brazos
como cadenas: el que agrada a Dios se libra de ella, más el pecador cae en su
trampa… Un hombre hallé entre mil: más una mujer entre todas ellas jamás he
encontrado.»[3]
« No tomes asiento con las mujeres…
la malicia del hombre vale más que la bondad de la mujer.»[4]
Mujer tentada por
el diablo. Cantigas de Alfonso X
Otros
elementos que permanecerán vigentes en época medieval provienen de tradiciones
judaicas: prohibición de que las mujeres participen en las comidas junto a los
hombres, recomendación al hombre para que no dirija a una mujer sino en casos
de extrema necesidad, etc. En esta tradición la mujer aparece como objeto
sumiso; ella no tiene derecho a tener ningún tipo de autonomía, es un ser
inferior, y por tanto, debe quedar relegada a un segundo plano.
Las
ideas de los pensadores griegos y romanos también inciden en esta visión de la
mujer como ser inferior. Según ellos esta condición de inferioridad de las
mujeres las imposibilita para determinadas funciones, sus limitaciones las
excluían, por ejemplo, de la vida política, e incluso de muchos aspectos de la
vida pública.[5]
Otras
imágenes de la Antigüedad sobreviven en el Medievo, por ejemplo la idea de que
la mujer es un ser maligno, como argumentaba Plinio, llegando a comparar la
mirada de la mujer menstruante con la del Basilisco; o Galeno -uno de los
médicos más influyentes en el mundo medieval-, que definía a la mujer como un
ser imperfecto, basándose en que la hembra es más fría que el varón.
Los
últimos referentes para conformar la idea que sobre la mujer prevalecerá en la
Edad Media son el Nuevo Testamento y el Corán. Ambos libros no sólo marcarán
los principios del cristianismo y del islamismo, sino que serán básicos a la
hora de conformar la estructura social de ambas culturas.
Ambos
texto ofrecen una visión más positiva de la mujer si les comparamos con el
Antiguo Testamento – texto, a mí entender, misógino por excelencia- o las
tradiciones preislámicas de los pueblos árabes. Jesús de Nazaret trató en un
plano de igualdad a hombres y mujeres, a ambos los acogió como seguidores y con
ambos compartía su vivencias como apunta M. Fraijó: «la actitud de Jesús (frente a las mujeres) merece ser calificada de
innovadora, tal vez incluso de revolucionaria.»[6]
Por
su parte el Corán, tiende a crear un estatus de igualdad entre hombres y
mujeres, ambos son iguales ante Allah:
«
Los musulmanes, las musulmanas, los
creyentes, las creyentes, los que oran, las que oran, los verídicos, las
verídicas, los constantes, las constantes, los humildes, las humildes, los
limosneros, las limosneras, los que ayunan, las que ayunan, los recatados, las
recatadas, los que recuerdan a Alá y las que recuerdan a Alá, a todos estos Alá
les ha preparado un perdón, una enorme recompensa.»[7]
Tampoco
el Corán considera a Eva como la protagonista del pecado original, sino que
hace responsables tanto a Adán como a Eva. Ambos son culpables de haber caído
en la tentación, es más, en una azora,
aparece Adán como culpable:
« Pero el demonio le tentó ¡Adán! Te guiaré
al árbol de la eternidad y del señorío que no envejece.
Ambos comieron de él. Aparecieron
sus vergüenzas y empezaron a cubrirlas con hojas de los árboles del Paraíso.
Adán desobedeció a su Señor y se
extrañó.»[8]
Podrían
ofrecerse otros muchos ejemplos de cómo el mensaje ofrecido por Jesús de
Nazaret y Muhammad iba encaminado hacia la igualdad entre sexos. De la misma
manera que la imagen que ofrecen de la mujer elimina algunos de los aspectos
que dictan la Biblia y la tradición judaica.
De
haberse continuado en la línea trazada por los creadores de las dos grandes
religiones monoteístas, es posible que la situación de la mujer, en concreto en
el medievo, hubiera cambiado sustancialmente. Pero ocurrió todo lo contrario.
M. Fraijó probablemente da con el quid de la cuestión: para él –idea que
comparto- no son los principios que generaron ambos credos religiosos los
culpables de la negativa imagen de la mujer.
Fueron sus supuestos seguidores los que, sin tener ningún escrúpulo a la hora
de tergiversar el mensaje original, crearon los principios que marcarían la
existencia de la mujer en el medievo y que, desgraciadamente, aún persiste en
algunas sociedades:
«
[…] no hay nadie más indefenso que un
fundador de religiones muerto. Su legado cae automáticamente en manos de los
hombres de la “segunda hora”, atentos siempre a domesticar, consolidar e
institucionalizar. Ajenos al vigor carismático de los orígenes, estos hombres
suelen carecer de escrúpulos a la hora de “retocar” el mensaje originario.»[9]
No
cabe duda que estos hombres: padres de la Iglesia, transmisores de hadices, etc., fueron los que propagaron
la idea de la mujer como un ser inferior, maligno y culpable de todos los males
acaecidos y por acontecer. Veamos algunos ejemplos del pensamiento de estos
hombres, que fue el mejor aliado del patriarcado para mantener la total
subordinación de la mujer al hombre.
Algunos
de estos pensadores cristianos: San Pablo, San Agustín, Graciano, Tertuliano,
etc., defienden que la mujer, como ser inferior, debe quedar apartada de
cualquier estamento que tenga poder sobre la organización social, política,
jurídica o cultural.
Según
Agustín de Hipona la armonía deseada por Dios, en cuanto a relaciones humanas,
es sólo posible si la mujer se subordina, en cualquier aspecto al hombre. Para
San Epifanio: «La mujer es una criatura
del demonio de la cabeza a los pies, el hombre, por el contrario, sólo la
mitad, de la cintura hacia arriba es una criatura de Dios.»
Muy explícito respecto al papel que debe desempeñar la
mujer en la sociedad, y con relación al varón, es San Pablo:
«
[…] las mujeres callaren en las
asambleas, que no les está permitido tomar la palabra; antes bien; estén
sumisas como también la ley dice. Si quieren entender algo, preguntando a sus
propios maridos en casa. Pues es indecoroso que la mujer hable en la asamblea.»[10]
«La mujer oiga la instrucción en
silencio, con toda sumisión. Mo permito que la mujer enseñe ni domine al
hombre. Que se mantenga en silencio. Porque Adán fue formado primero y Eva en
segundo lugar. Y el engañado no fue Adán, sino la mujer, que, seducida,
incurrió en la trasgresión.»[11]
Si
en el cristianismo se produce la tergiversación de algunos textos sagrados,
otro tanto ocurrirá en el mundo islámico. Son abundantes los hadices con tinte misógino, algunos en
clara contraposición con los principios coránicos, e incluso, con otros hadices
con más visos de ser auténticos, por ejemplo los transmitidos por Aixa, la
última, y más querida, esposa del Profeta.
Un
buen ejemplo de estas interpretaciones maniqueas es Abu Bakra, coetáneo de
Muhammad. Según él, Muhammad dijo que el perro, el burro y la mujer interrumpen
la oración si pasan por delante del creyente interponiéndose entre éste y la alquibla. Éste hadiz, como otro que dice que existen tres cosas que traen mala
suerte: la casa, la mujer y el caballo; fueron desmentidos por Aixa, cuando
ésta fue consultada sobre ellos. Otro transmisor de hadices falsos fue Abu
Huraira, de quién Aixa dijo que contaba hadices
que nunca había escuchado.
Como
ejemplo doloso de esta falsa interpretación del Corán está la cuestión de la
ablación –que desgraciadamente se sigue realizando en ambientes integristas-.
La ablación era una costumbre de los pueblos árabes en os tiempos de la yahiliyya (tiempo de la ignorancia)
Es por tanto un uso cultural y no un
precepto religioso; el islam prohíbe taxativamente la realización de la
ablación del clítoris, como cualquier otra vejación del cuerpo.
Cabría
preguntarse por qué se cometieron estas manipulaciones. La respuesta parece
clara. Es un intento por parte de los hombres de imponerse en la interpretación
y trasmisión de las enseñanzas sagradas,
con el fin de mantener incólume el patriarcado más reaccionario. A su vez era
la única manera de controlar un mundo que se sustenta en principios religiosos.
Esta
relación entre religión y poder provocó que, cada vez en mayor medida, las
tendencias misóginas de teólogos cristianos y alfaquíes musulmanes sean las que
se impongan. Ya en pleno medievo será el elemento clerical el que establecerá
la imagen de la mujer. Los estamentos religiosos trataron a la mujer como un
ser inferior, débil por naturaleza, achacándole una serie de defectos
–curiosamente compartidos por ambas religiones- que justificarán su relegación
en el ámbito social, y la imposibilidad de ejercer cualquier tipo de
responsabilidad social, política o religiosa.
Algunos
de los “defectos” que tanto cristianos como musulmanes estiman son intrínsecos
a la mujer son la avaricia, la envidia, la incontinencia verbal o la
insaciabilidad sexual. Las manifestaciones de pensadores como Alfonso Martínez
de Toledo, fray Martín de Córdoba, Stº Tomás de Aquino, Ibn Habib, Ibn Hazm, o
al-Gazali, van en este sentido.
Pocas
fueron las voces que se alzaron contra esta discriminación, o las que
criticaron el papel secundario al que quedó relegado el sexo femenino. La
defensa que de la mujer hicieron hombres como Ibn Rusd (Averroes) o Juan
Rodríguez del Padrón, no son sino una excepción.
En
definitiva se puede afirmar que la sociedad en su conjunto, aceptaba como hecho
incontestable la inferioridad, la impureza y la fragilidad del sexo femenino.
Esta particular visión de la mujer sería, entre otras causas, el motivo de su
discriminación en asuntos como el valor testifical o los derechos económicos.
A
la hora de fijar un modelo de mujer también aparecen las coincidencias entre
ambas sociedades. Así, virtudes como la obediencia, la humildad, la
religiosidad, o la castidad son elementos indispensables que han de rodear a la
mujer “modélica”. Quizás sea con respecto a la virginidad en donde existan
algunas diferencias entre el ideario cristiano y el musulmán.
En
el cristianismo la virginidad alcanza el estatus de elemento indispensable de
la mujer perfecta –sobre todo a partir del ascenso del culto mariano-. En el
islam, no sólo no se valora que la mujer decida mantenerse virgen durante toda
su vida, sino que, por el contrario, se preconiza la actividad sexual, como un
hecho que es agradable a los ojos de Allah. Otra posible diferencia lo marcaría
la importancia del atractivo físico, bastante citado en los textos andalusíes y
no tanto en los cristianos.
En
relación a la actividad sexual de la mujer, la iglesia católica la condenaba
tajantemente, es más una de los motivos que esgrimía para defender la
inferioridad femenina era que la mujer podía sufrir los ataques de “la madre” al subirse el útero provocaba
el histerismo; este ataque de “la madre” era consecuencia de que la mujer había
acumulado esperma por falta de coito. Augus Mackay[12] realiza una especie de
ecuación: útero=la madre=histerismo=ganas de procrear=ganas de
fornicar=inestabilidad=irracionalidad=peligro. El propio Mackay cita unas
palabras, ya en el siglo XVI, de Blas Álvarez de Mendizábal: «el útero de hembra apetece grandemente la
simiente, y es grande el deseo que de tal simiente tiene, y mientras la atrae a
si y la embebe al tiempo mismo conceto es maravilloso el deleyte que recibe.»[13]
Hasta
ahora he expuesto tanto la imagen que el medievo tenía sobre la mujer, como el
modelo de mujer perfecto que se crea. Ante esto último cabría preguntarse si
alguna mujer logró alcanzar este estado de perfección.
Los espacios
Existe
el mismo interés en las dos sociedades en acotar el espacio de la mujer. El
lugar de estancia por antonomasia será el hogar. Su reclusión en el entorno
familiar, en donde era más fácil ejercer el dominio por parte del varón, ya sea
del padre o el esposo. Se intentará que la participación femenina en la vida
púbica sea mínima. La mujer pertenece al ámbito privado, casi nunca al ámbito
público. Esta reclusión de la mujer en el hogar es, prácticamente idéntica en
las mujeres andalusíes y en las hispanocristianas.[14]No hay por tanto, como se
ha querido hacer ver en numerosas ocasiones, una mayor reclusión de la mujer en
al-Andalus.
También
son coincidentes los espacios exteriores a los que se permite acudir a la
mujer: la orilla del río para lavar, los centros religiosos, los baños, las
fuentes, el horno, y poco más. Esta reclusión en el hogar es mayor conforme
aumenta la categoría social. Serán las mujeres pertenecientes a las clases
altas y a la nobleza las más severamente guardadas. Básicamente el motivo de
este especial enclaustramiento será el mantenimiento del honor familiar. Esta
preocupación por el “honor” se ve acentuada conforme el status, sea político o
económico, es mayor. Muy a colación viene la reflexión de Pierre Guichard: «La protección del honor de las mujeres
legítimas, que se confunde con el del linaje, exige un enclaustramiento tanto
más rígido cuanto más honorable sea tal linaje, y las mujeres con las cuales se
contrae matrimonio no son, salvo casos contados, aquellas a las que se ama.»[15]
Para
no dar pie a posibles pérdidas de la honradez es por lo que se aconseja, yanto
a las mujeres musulmanas como a las cristianas, que nunca salgan solas de sus
casas, sino que lo hagan acompañadas de algún familiar, a ser posible femenino,
de alguna criada o de mujeres de avanzada edad.
Las
salidas para acudir a cumplimentar algún deber religioso o visitar a
familiares, son una de las pocas excusas que tenían las mujeres para liberarse,
momentáneamente, de su cotidiano encierro. A pesar de los impedimentos que
sufría, no debemos hacernos la idea que las mujeres hispanomedievales no abandonaban nunca sus hogares. Un ejemplo
de poco seguimiento que las mujeres hacían de la orden de “internamiento”, en
este caso de mujeres andalusíes, es la censura que hace Ibn al. Munasif de que
las mujeres salieran en tropel y corrieran de aquí para allá[16]. Otro tanto podríamos
decir de las mujeres cristianas.
Como
he mencionado anteriormente, había algunos espacios a los que solían acudir
habitualmente las mujeres. Uno de ellos serían las riberas de los ríos, a donde
acudía a lavar las ropas, llegando incluso a acotarse los lugares destinados a
tal fin, con el propósito de no contaminar las aguas que utilizaban para el
consumo.
Otro
lugar frecuentado son los baños, sobre todo pos las andalusíes. Tanto en la
legislación cristiana como en la musulmana se establecen unos días concretos de
la semana para su uso por mujeres y hombres. Hay que dejar constancia que, en
la Hispania cristiana, poco a poco fue cayendo en desuso la utilización de los
baños públicos, sobre todo a partir de las intransigentes normas impuestas por
Isabel la católica y el cardenal Cisneros.
Mujeres
musulmanas en un hamman
En
el mercado era frecuente ver a mujeres. Este espacio, en el que no se puede
establecer una segregación sexual, debió ser utilizado tanto para actividades
comerciales, como para tener encuentros con hombres. Es cierto que la presencia
de la mujer andalusí en el mercado no era tan frecuente, ni constante, como la
de la mujer cristiana. En los reinos cristianos el mercado fue,
progresivamente, tornándose en ámbito femenino. No obstante la presencia de la
mujer andalusí en los mercados está constatada, y no sólo como compradora de
los artículos necesarios para la vida doméstica, sino como vendedora de
productos elaborados por ellas mismas, sobre todo en los ubicados en las
cercanías de las puertas de acceso a la madina. Un ejemplo de lo anterior era
la Puerta de los perfumistas, que era conocida como lugar de reunión de
mujeres.[17]
Zoco medieval
andalusí
Un
ámbito al que solían acudir las mujeres, eran los cementerios. En esta caso si
hay algunas peculiaridades en la sociedad andalusí. Parecer ser que la mujer de
al-Andalus utilizaba el cementerio para algo más que llorar por la pérdida de
sus seres queridos. Autores como Ibn Abdun o Ibn al-Munasif censuraban que las
mujeres erigieran tiendas –costumbre que inició Aixa, esposa de Muhammad, que
instaló una tienda junto a la tumba de su hermano Abd al-Rahmman para ocultar
su llanto a los ojos de las gentes-, en donde recibirían a sus supuestos
amantes. Ibn Abdun insta a que los agentes de policía registren los cercados
que rodean algunas tumbas, ya que a veces se convierten en lupanares.[18] Cómo se habrá observado
las mujeres utilizaban variados ardides para eludirá las normas que les
trataban de imponer.
También
ciertos elementos arquitectónicos sirvieron de vía de comunicación con el mundo
exterior, es el caso de la ventana; de esta forma escapan, momentáneamente, de
su triste encierro entre las paredes del hogar. Cristina Segura la menciona
como un medio de relacionarse con el mundo que había extramuros de la casa: « Para todas ellas la ventana era un medio de
comunicación con el exterior. Se consideraba que si una mujer honesta buscaba
la ventana siempre era con malas intenciones, para entablar relaciones
ilícitas.»[19]. También
utilizaban las azoteas, así lo manifiesta una narración de al-Saqati, que nos
refiere los lamentos de un pintor granadino por no ser almuédano: « Ojalá mi vida fuera la de los almuédanos,
pues miran a quienes están en las azoteas. Y hacen señas o les hacen señas, por
causa del amor, todas las amantes coquetas.»[20]
Como
creo haber demostrado, las mujeres abandonaban el hogar familiar con más
frecuencia de lo que se piensa. Pero estas salidas solían verse condicionadas
por prescripciones. Ya he mencionado que se solía amonestar que salieran solas.
Otra prescripción se dirigía a establecer como debería ir vestida la mujer al
salir a espacios públicos.
Los
moralistas cristianos y musulmanes coinciden en que debía salir cubierta,
haciendo invisibles todas aquellas partes de su cuerpo que pudieran exacerbar la
lujuria de los hombres. Incluso se recomienda que deben cubrirse el rostro, y
esto último no sólo en el mundo andalusí.
Debido
a la controversia que existe en la actualidad sobre el uso del hiyab (velo) por
las mujeres musulmanas, es necesario hacer algunas precisiones. La costumbre de
que las mujeres vayan veladas es, en el mundo árabe, un uso preislámico, era lo
habitual en las tribus nómadas. Su fin era proteger a las mujeres del deseo que
pueden provocar en el hombre y que pudiera llevar a éstos a agredirlas
sexualmente. Habría que añadir que esta norma aparece en civilizaciones
anteriores: al antiguo Egipto, Grecia y en la cultura judeo-cristiana. En el
Corán se ordena su uso como signo de distinción de pertenecer a la nueva fe, y
no en el sentido represivo respecto a la mujer.[21]
En
cualquier caso el uso del hiyab en
al-Andalus parece que se reducía, casi exclusivamente, a las mujeres que
pertenecían a una clase social elevada[22] y/o relacionadas con
hombres de religión. Es más, en época de los almorávides lo más usual es que
todas las mujeres, incluso las pertenecientes a las altas esferas sociales y de
la nobleza, fueran desveladas, ya que eran los hombres los que se cubrían el
rostro.
Como
conclusión podría establecerse que, a pesar de todas las recomendaciones al
respecto, el uso del velo no fue habitual en la mujer andalusí.
Mujer con hiyab
[1]
Cristianas y musulmanas en el medievo hispano, en J.L. Garrot y J. Martos (ed.)
Cristianos y Musulmanes en el medievo
hispano, Madrid, 2006
[2]
La mujer musulmana y cristiana hace mil
años, Madrid, 1973
[3] Eclesiastés 7, 26-28
[4]
Eclesiástico 42, 12-14
[5]
A este respecto véase la Política de
Aristóteles.
[6]
Manuel Fraijó Nieto, La mujer en el Nuevo
Testamento, p. 161
[7]
Corán, 33-35, traducción de Juan
Vernet.
[8]
Corán, 20. 118-119
[9]
M. Fraijó, ob.cit., p. 169
[10]
Carta a los corintios, 14-34-35
[11]
I Carta a Timoteo, 2. 11-15
[12]
Apuntes para el estudio de la mujer, en Actas
de las segundas jornadas de investigación interdisciplinaria.
[13] Augus Mackay, ob.cit., p. 19
[14]
Véase, Cristina Segura, Las mujeres en la España medieval, en Historia de las mujeres en España, p.
137
[15]
Pierre Guichard: Estructura antropológica
de una sociedad islámica en Occidente, p. 165
[16]
Mª Jesús Viguera. La censura de costumbres en el Tanbih de al-Hukkan de Ibn al-Munasif,
en II Jornadas de la cultura árabe e
islámica, p. 598.
[17]
Manuela Marín. Mujeres en al-Andalus,
p. 235
[18]
Ibn Abdun, Sevilla a comienzos del siglo
XII. El Tratado de Ibn Abdun, trad. E. Levi Provençal y E. García Gómez,
pp. 96-97
[19]
Cristiana Segura, ob.cit., p. 193
[20]
Pedro Chalmeta. El Kitab fi Adab al Hisba (Libro del buen gobierno del zoco),
en al-Andalus, vol. XXXIII, p. 374
[21]
Corán, 33-59
[22]
Manuela Marín, ob.cit., p. 189
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